sábado, 21 de septiembre de 2013

Cordelia, RELATO PARTICIPANTE EN EL CONCURSO SIGUE UNA ESCENA #BUKUSCE



 CONCURSO DE RELATOS 

 LA OTRA CARA DEL ESPEJO



Escena a continuar: Sueño que Aidan tiene en el capítulo IX, página 124, penúltimo párrafo y que comienza con la siguiente frase: "Abrió los ojos."



Aidan abrió los ojos despacio, poco a poco. Cuando su vista se aclaró lo que vio fue un bosque repleto de árboles sin hojas, algunos al borde de la muerte, que rodeaban el pequeño claro en el que se hallaba ahora.
-Hola, Aidan… -Dijo una ronca voz a su espalda. Lo que vio al girarse le heló la sangre, pues ni remotamente se esperaba una imagen así: Nick, lleno de mugre, se balanceaba levemente, sólo con una pieza muy sucia de ropa interior, colgado por el tobillo izquierdo de un árbol cercano, un árbol del que colgaban diferentes partes sanguinolentas de cadáveres, cadáveres que algo tenían en común con Yoshi, por poco que fuera. El rostro de Nick estaba rojo y algo hinchado, y se notaba que le costaba respirar. Bajo su cabeza había un gran charco de vómito que parecía haber ido creciendo poco a poco de forma constante durante bastante tiempo.
Aidan tuvo que cerrar los ojos un instante y tomar aire para calmarse, pues estaba tan nervioso que temblaba y era capaz de notar cada perla de sudor que recorría en vertiginoso descenso su espalda.
-¿Estás bien? –Inquirió Nick con su rasposa voz.
- Sí… -Acertó a decir el psiquiatra, esforzándose en que su voz sonase firme. Notaba que el aire le faltaba y procuraba no tener que tomar aire por la boca para que su amigo no notase su debilidad. No ayudaba en absoluto el calor tan intenso que hacía que a la vista, los lúgubres árboles que los rodeaban se deformasen y danzasen constantemente.
-¿Dónde estoy? –Preguntó Aidan, necesitado de respuestas en ese momento en el que creía estar perdiendo la cabeza de forma acelerada.
-Tú eres el loquero. –Nick arrastró lentamente las palabras. –Tú deberías saberlo. Es tu sueño.
-No te pases, Nick. – Intercedió Pierre apareciendo de detrás de un árbol aunque más pareció que salió de la nada. Vestía de forma harapienta, como un vagabundo, y portaba un hatillo cuya vara sostenía casi con descuido. Un sucio y desgastado perrito de peluche colgaba de su pantalón como si le estuviese mordiendo la pernera. También su cuñado parecía muy desaseado. –Aún no es consciente de lo que él representa en este lugar. –Añadió.
-¿Este lugar? ¿Qué quieres decir? ¿Dónde estamos? –Preguntó Aida sintiéndose cada vez más nervioso y perdido en aquel extraño y oscuro bosque en el que parecían atrapados.
-¿No nos escuchas? –Masculló Nick roncamente balanceándose un poco. –Estamos en un lugar más allá de la vida que conoces. Pero aquí todos tenemos un papel.
-Por favor… No puedo creer que haya vuelto a caer en otra absurda trampa de esos niños. –Dijo el doctor nervioso. –Es imposible que nada de esto sea cierto. ¿Toda ésta pelea, toda esta parafernalia por Yoshi? No, no lo creo. Y menos con un psicópata suelto que pretende matarla.
-No, nosotros no estamos en ninguna pelea, cuñado. –Dijo Pierre con convicción mientras acomodaba su hatillo entre sus manos y comenzaba a desatarlo distraídamente. –Nosotros tenemos nuestro propio cometido como para estar envueltos también en algo así.
-Todo esto es por el maldito espejo, Aidan. –Terció Nick antes de que una arcada lo interrumpiese haciéndole vomitar bilis. Escupió y se aclaró la garganta antes de poder volver a hablar, con una voz más ronca que la de antes. –Nos está puteando a todos y si no vamos con precaución pronto lo habrá destruido todo.
-Esto no puede ser más que el fruto del estrés y el cansancio. –Se dijo el psiquiatra a sí mismo buscando calmarse y encontrarle algún sentido a todo aquello. –Es imposible que esto sea un sueño sin más. Tengo que trabajar menos.
-Quizás los locos no sean tus pacientes si no tú, mi vida. –Dijo Susan mientras rodeaba su pecho en un cálido abrazo desde la espalda del médico. Luego se situó ante él vistiendo un hermoso camisón semitransparente que permitía ver sus senos claramente pero que iba difuminando la figura de la mujer a medida que se bajaba la mirada. Ella se había apartado con cierta cautela y se mantenía con las manos cogidas delante de su cadera. –Ahora quizás descubras qué representas en todo esto y cuál es tu capacidad y tu fuerza para lograr aquello que desees conseguir.
Ver aquella sonrisa logró que Aidan sintiera el deseo y el calor crecer en su interior, incluso siendo la misma sonrisa que ella había esbozado el día en el que él la rechazó.
-Como él… -Carraspeó Nick dirigiendo una mirada a Pierre. –Que fue capaz de matar a alguien  sólo para que el espejo y su reflejo fueran sólo suyos.
-¡No es cierto! –Se defendió el mentado. Sin embargo su voz sonaba lenta, como si se quedase sin baterías. Le resultaba familiar. Como si hubiera escuchado aquello antes. –Yo trataba de ayudarle pero de repente todo desapareció y se quedó oscuro, negro. El espejo le asesinó.
Aidan buscó a Susan, deseoso de aceptar lo que una vez ella ya le había ofrecido, mas la alejó de sí al instante, sintiéndose sucio por lo que parecía insinuarle toda aquella situación.
-No, no eres la persona que me llena y con la que quiero pasar el resto de mi vida. –Dijo.
-Así nos gusta, Aidan. –Terció Joel.
El psiquiatra se giró para encarar a los demás pacientes, que fueron apareciendo lentamente de entre los árboles, caminando por entre diversos cadáveres mutilados que yacían en el suelo de aquel bosque. De la nada un trono de tonos azulados apareció y en él estaba Yoshi sentada, con un hermoso vestido digno de una ancestral princesa. De sus lados aparecieron otras cuatro figuras: Joel, ataviado con una túnica oscura verde muy oscura y algo desgastada por el bajo. A su lado y de la mano, como siempre, Jade que  lucía un vaporoso vestido blanco grisáceo que le otorgaba un aspecto delicado y etéreo. Al otro lado de Yoshi aparecieron Chanah con un conjunto de color amarillo muy, muy suave y que la hacía resplandecer, y junto a ella andaba Ainsley, que llevaba un dulce vestido de tono amarillo anaranjado claro y que también parecía brillar junto a su compañera.
-Debes cuidar a la Emperatriz como corresponde. –Continuó Joel.
-Así es. Los romances secretos y otros pasatiempos sólo lograrán estropearlo todo. –Ahora fue Chanah quien habló. –Incluso aunque no quisieras, ahora tendrás que permanecer con tu familia. La Emperatriz necesita una familia estable, no sólo una ilusión de familia feliz.
El psiquiatra se llevó las manos a la cabeza y tiró de sus cabellos un instante antes de cubrir sus orejas con las manos. Se giró para dejar de mirar aquel tétrico e infernal espectáculo y se vio mirando el que ofrecían Nick, colgado y vomitando y Pierre extendiendo su hatillo en el suelo para extraer algo de él.
-La edad me juega malas pasadas, maldita sea. –Masculló Nick todavía más ronco que antes, después de haber vomitado su propio estómago. –Después de eso, debería estar muerto, ¿no? –Dijo con una áspera y débil risa.
-Tú no estás muerto, Nicholas. Esto no es más que un…-Pero Aidan no pudo terminar la frase, pues el cuerpo de Nick se tensó con una mueca desagradable. Su torso sin embargo se movía levemente como si en su interior hubiese algo vivo.
-Deberías irte. –Aconsejó Pierre a Aidan, mientras que del hatillo sacaba un espejo de mano y de éste a su vez salía una figura. Era la figura de una mujer de figura delgada, piel cetrina, voluptuosos senos, piernas de chivo y cuernos, con unos intensos ojos verdes que llamaban la atención sobre su carencia de rasgos faciales y por encima de todo lo demás. Ella se apoyó en Pierre y fijó su mirada vidriosa en Aidan.
-Cuando su corazón caiga, tú morirás. –Sentenció la mujer con voz distorsionada pero firme.
El médico volvió a observar la figura de Nick pero ya era tarde: El cadáver vomitaba sangre espesa y de color carmesí intenso y poco tardó su corazón en asomar por la boca.  Intentó correr, pero su cuerpo no le respondía y permaneció clavado en el sitio mirando horrorizado el corazón de Nick caer al suelo y palpitar todavía. Sintió pánico. Sintió que se ahogaba con su propia bilis que luchaba por salir haciéndole vomitar también.
Pero entonces una mano cálida tocó su hombro. Una mano cuyo tacto pareció devolverle la cordura. A la caricia le siguió una voz que, amorosa, le llamaba por su nombre invitándole a despertar de aquella dantesca pesadilla….




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