viernes, 21 de junio de 2013

HADAS BY ELRICK'S BLOGGER


HADAS

            Esta historia ocurrió  el verano del 2009. Vivo en S'Agaró, en una pequeña casita de una planta con jardín. Hacía tres días que por circunstancias personales, mi vecina me había "dejado" a Tara. El animal no daba problemas. Parecía disfrutar de su recién ganada libertad con pasmosa tranquilidad pues provenía de una protectora, donde había pasado los últimos dos años.
            La zona donde vivo es turística, lo que significa que su población se quintuplica en verano. Paso de tener un solo vecino en 100 m. a vivir en un enjambre de extranjeros con pocas nociones sobre el factor solar y coches que no respetan los 20 km/h de la urbanización. Del agradable aroma del bosque al pegajoso olor de barbacoas y pastillas de petróleo para encenderlas. De los cantos de grillos y pajaritos a las cantinelas de los que primero se van de fiesta para volver al amanecer con las mismas absurdas canciones pero desentonando aun más.
   Ese año, la casa de al lado fue alquilada una pareja de mediana edad con sus dos hijos. Sentado en mi porche vi el momento de su llegada (no porque me dedique a observar a mis vecinos por mera distracción o aburrimiento, sino porque era mi hora de merendar). Un renault laguna aparcó delante de mi casa (mi jardín no tiene vallas delanteras), al instante dos niños de unos 11 y 13 años salieron disparados fuera de él, abrieron el maletero y cogieron sus pequeñas maletas; discutían sobre que habitación le tocaba a cada uno. Les siguió la madre, dando les órdenes a gritos. El conductor, de aspecto cansado, ni se molestó en cerrar su puerta al salir. Una familia normal, todos salvo quizás la última ocupante. Una anciana menudita con el pelo blanco abrió la puerta de coche y salió de él extasiada ante los árboles, pues mi casa es la última, haciendo frontera con el bosque. Al vernos, sonrió y dijo:
_ Ven aquí bonita!
Tara salió disparada hacia ella loca de alegría. Su reacción hizo que me atragantara y no pudiera llamarla. Medio ahogado llegué al coche; donde para entonces ya estaba la madre de los niños mirándome con desaprobación. Tara se deshacía bajo las caricias de la anciana y yo intentaba excusarla sin mucho éxito.
_ No tiene que disculparse ante mi hija!_ dijo la anciana con un fuerte acento catalán._ He sido yo quien la ha llamado.
Me giré hacia ella sonriendo de puro agradecimiento y sus ojos de un increíble azul celeste me atraparon.
_ No se preocupe por mi hija._ Me sonrió de forma amplia y sincera.
Cogí a Tara del collar y la llevé a casa, no sin antes volver a excusar ante la hija y el yerno.
    Pasados cuatro días, la amistad entre Tara y Claris (así se llamaba la anciana) ya era evidente. Ella no seguía la misma rutina que su familia. Se levantaba temprano, desayunaba sola en el porche y leía hasta que se levantaba el resto, cuidaba del jardín de aquella casa alquilada con esmero y cariño. Para ser sincero nunca ha vuelto a lucir tan hermoso como aquel verano. Cenaba pronto y sola, después leía hasta irse a dormir. La ventana de su habitación daba al lateral de mi casa. Todas las noches veía la luz encendida y a ella observando mi jardín.
Al sexto día, una noche alrededor de las 2 de la mañana, escuché ruidos fuera. En la puerta de la entrada, Tara nerviosa movía la cola. Me tranquilicé en seguida, no entendía mucho de animales terrestres, pero lo que tenía claro es que cuando un perro mueve la cola, malo no puede ser! Tara salió disparada al jardín nada más abrir. Al llegar donde estaba ella enfoqué con la linterna a la figura oscura que alborotaba el galán de noche haciendo que su fragancia se desprendiera con mayor fuerza. Congelado, ni los fríos vientos del mar de Beaufort provocaron nunca en mí aquella sensación. Claris, la octogenaria anciana desnuda, salvo por un pañal y las zapatillas, buscaba algo de forma frenética utilizando su camisón para atraparlo. El ladrido de Tara me arrancó de mi estado junto con el grito de "Madre" justo detrás de mí.
La hija, en pijama y zapatillas, con claros síntomas de haber estado llorando, se abrazó a su madre, mientras le cogía el camisón de entre las manos para ponérselo.
_ Marc hace horas que te está buscando_ gimoteaba la hija._ Hemos llamado a la policía! Cómo me haces esto! No sabes lo que me costó convencerle de que vinieras con nosotros_ Su ansiedad y lágrimas iban en aumento.
_Shhhhh. Silencio Cristina!_ Claris hizo callar en seco a la hija._ Las vas a espantar, llevo días observándolas. He de encontrarlas.
     La imagen de Cristina allí de pie llena de desolación y tristeza me hizo reaccionar al fin. Me acerqué y le pregunté en qué podía ayudarla. Su mirada inundada de lágrimas y perdida me contestó sin necesidad de palabras. Lo único que musitó fue "No debí sacarla de la residencia, Marc ya me lo dijo"
De repente, Clarís se giró hacia nosotros abriendo las manos. Dos pequeñas luces verdes brillaban en sus palmas.
_ Las he encontrado! Cristina mira! Aquí están tus hadas!_ El rostro de Claris era de pura alegría.
Cristina cayó al suelo de rodillas y tapándose la cara con las manos rompió a llorar de forma descontrolada.

    Aquella noche apenas dormí. Todos nos hacemos mayores! Recuerdo que pensé mucho en ese tema. Cristina, después de calmarse y una vez su marido y la policía fueron avisados, me contó que su madre padecía alzhéimer. Había sido una gran botánica, viajó mucho por todo el mundo apenas estaba en casa. Me explicó cómo fue crecer sin ella ya que era su padre quien los cuidó y cómo tras la muerte de éste, se estableció en Barcelona y empezó a trabajar en el Jardín Botánico para hacerse cargo de ellos. Cristina tenía siete años y era la menor de tres hermanos. Siempre que su madre tenía tiempo, visitaban el museo y el jardín, enseñándole las luciérnagas que vivían allí. La primera vez que las vio le preguntó si eran hadas. De sus plantas era de lo único que se acordaba a la perfección. Hacía más de seis años que no llevaba gafas, ya no se acordaba que las necesitaba para poder leer, pero de alguna forma que no se explicaban, Claris imitaba la rutina de toda su vida: desayunaba y leía un rato, al irse a dormir repetía la misma acción. Cristina lloraba al recordar que a veces cogía el libro al revés. 
    Al día siguiente me pasé a verlas. Claris sentada en una mecedora "leía" mientras Cristina jugaba al uno con sus hijos. Las dos mujeres me sonrieron con la misma expresión pero con 40 años de diferencia. 
Hablamos durante toda la tarde de botánica. Siendo un auténtico ignorante en esa materia me limité a escucharla, disfrutando de su pasión, la cual supo transmitirme enseguida haciéndome participe de ella también.
Durante el resto de las vacaciones, madre e hija visitaron todos los días mi jardín y sus hadas.
El día que se marcharon salí a despedirme (era un deber moral para mí). Claris se acercó a mí con sus profundos ojos celestes y su bondadosa y serena sonrisa.
_ ¿Cuidará a las hadas por mí Sr. Elrick?
_ Por supuesto Claris, tiene mi palabra._ Le contesté._ No le quepa la menor duda que continuaré con su labor._ sentencié.
Ella sonrió y me contesto:
_ Ayer cuando me despedí de ellas les dije que aquí estarían a salvo, los jardines de la residencia no son seguros para ellas y yo no puedo cuidarlas más. Sr Elrick vele de las luciérnagas, nada es lo que parece. Son ellos los que nos eligen._ Esto último lo dijo acariciando a Tara.
Una vez instalados en el laguna, Claris abrió la ventana y con voz lo suficientemente alta para que se escuchase sobre el ruido del motor dijo:
_ No le gusta! Tiene demasiadas bolitas verdes, le gustaba el de ella!!
En aquel momento no supe a qué se refería.
Días más tarde en el supermercado cuando llegué a la sección de animales, vi el pienso que le había comprado a Tara. En el saco una fotografía de un pastor alemán junto con tres bolitas una de color marrón, otra naranja y otra verde. Supongo que no vi las implicaciones que aquel hecho representaba, ya que sin darle más importancia llamé a mi vecina para que me dijera que pienso le daba ella.
Al llegar a casa, ordenando la compra caí en la cuenta que Claris nunca entró en mi casa y Tara tenía su comedero en la cocina. ¿Cómo sabía que no se comía las bolitas verdes? Giré la cabeza hacia la perra y ésta me miró con sus grandes ojos castaños.
En ese preciso instante, ahora sé que Tara me eligió como su hogar.
A día de hoy, no sé si son las mismas o no, pero sigo teniendo dos hadas en mi jardín.



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